Novedades | 03 de abril de 2011

Entrevista El tango según el Cigala. Sombras que se alargan en la noche del dolor.

Diego el Cigala

En su última gira por Buenos Aires, la lluvia de aplausos que sonó cuando terminó su versión de “Nieblas del Riachuelo”, sumado a que alguien le regaló la discografía completa de Goyeneche, lo convenció de que ésa era la nueva dirección. Después del éxito descomunal de sus boleros agitanados junto a Bebo Valdés en Lágrimas negras (y la secuela Dos lágrimas), Diego El Cigala se animó de lleno con el tango. Ahora viene a presentar Cigala&Tango y a ver si puede hacer llover aplausos con todas sus versiones

Diego Ramón Jiménez Salazar era un muy buen cantaor destinado a lograr fama y dinero dentro de los límites de España hasta que fue señalado por los dedos infalibles de Fernando Trueba y Javier Limón. Ya algunos flamencófilos se atrevían a cuestionar a fin de milenio la herejía de que ese muchacho madrileño, gitano y excesivo, empezaba a ser considerado por algunos jóvenes imberbes como el “nuevo Camarón de la Isla”, pero el cuestionamiento duró poco: fue aniquilado en el mismo instante en que, decíamos, Trueba y Limón se dedicaron a pulir las aristas más filosas y conflictivas de Diego El Cigala para inventar y proyectar una estrella pop. Lo alejaron de Camarón, lo pusieron en la ruta de Ketama.

Melómano irredento, el director de Belle époque y de Calle 54 advirtió que los cantes de ida y vuelta aún conservaban su gracia y efectividad y convocó a Limón, un músico y productor que tiene la importancia en la renovación del flamenco 00 al nivel de la que tuvo Kiko Veneno en los ‘80. Javier Limón es desde hace una década, para decirlo de un modo brutal, el Gustavo Santaolalla del flamenco y supo domesticar la agreste personalidad de Buika o incluso, en un momento, la del Andrés Calamaro más indómito (produjo, por ejemplo, el irresistible El cantante). Citó al veterano de mil batallas Bebo Valdés –tal vez el mejor pianista posible de música caribeña– en un rescate digno de Buena Vista Social Club, le presentó a Diego El Cigala y, como quien no quiere la cosa, pergeñó un disco que se transformó en un tanque de la industria discográfica: Lágrimas negras. Esto es, bolerazos con tinta gitana: nueve clásicos de la música popular interpretados magistralmente por el piano de Bebo y el cante de El Cigala.

Este CD de 2003 es el padre putativo de Cigala&Tango. Porque a partir de entonces nada fue lo mismo y ese mix de géneros, por momentos un choque de planetas, se deslizó inevitablemente hacia el tango. Tuvo que ver Calamaro, que le enseñó a Limón discos de Gardel, Julio Sosa, Roberto Goyeneche con Juanjo Domínguez y otros (de hecho, Calamaro y Limón perpetraron juntos el disco de tangos clásicos Tinta roja). Mientras, El Cigala recorría el mundo con sus boleros aflamencados, se daba tiempo para grabar discos extraordinarios como Picasso en mis ojos, un emocionante homenaje al pintor malagueño a través de un ramillete de bulerías, fandangos y rumbas que bien se podría haber titulado Zapatero a tus zapatos si hubiese tallado algún rasgo de ironía autocrítica.

Ya alejado de la tutela de Limón y de Trueba (no son sencillas las sociedades cuando imprevistamente se genera tanto dinero), El Cigala exprimió lo máximo que pudo Lágrimas negras y sacó en 2008 Dos lágrimas, su secuela. Sin Bebo Valdés, el nuevo abordaje bolerístico sonó redundante: a último canto del cisne. Pasemos a otro tema. La mesa estaba servida: el tango. Envalentonado por el suceso de sus conciertos porteños (y de la ovación que recibía cada vez que hacía su versión de “Nieblas del Riachuelo”, de Cobián y Cadícamo), azuzado por Calamaro y en la búsqueda de una veta que recreara el fenomenal crossover con Bebo, se zambulló en el Río de la Plata.

(Antes, una pequeña fuga. Una anécdota marca de un modo gracioso el tipo de relación entre El Cigala y el tango, al menos al principio. En una de esas entrevistas telefónicas promocionales, en 2005, un periodista argentino le preguntó cómo se imaginaba el Riachuelo de la pieza de Cobián y Cadícamo. “Oye, es un tango maravilloso, una exquisitez. Me lo imagino como una riacho hermoso, lleno de árboles, donde van los enamorados”.)

Tal vez la ignorancia, la ausencia de preconceptos, pueda ser un aporte y una de las claves de la manera que tiene El Cigala de cantar tango: no hay imitación, en ningún momento pierde su decir flamenco y pese a haber escudriñado el género a través de la escucha de discos de Gardel, Goyeneche y Julio Sosa, conserva su gitanísimo temperamento interpretativo, algo que también sabía salvaguardar en sus incursiones tanguísticas el gigantesco Enrique Morente (ése sí estaba cerca de Camarón...) y con Miguel Poveda, que llegó a ser cantor de la orquesta de Rodolfo Mederos.

En Cigala&Tango hay dos formaciones que se dedican a cuestiones bien diferentes: está la pata argentina con Néstor Marconi en bandoneón, Pablo Agri en violín, Diego Sánchez en chelo y Juanjo Domínguez en guitarra; y la española con Jaime Calabuch en piano, Diego del Morao en guitarra, Yelsi Heredia en contrabajo y Sabú Porrina en percusión. Una aporta la rítmica tanguística; la otra el flamenco y el bolero. Pese a un repertorio poco audaz (“El día que me quieras”, “Nostalgias”, “Las cuarenta”, “En esta tarde gris”), el álbum es disfrutable, amable y, en algún pasaje, conmovedor.

En charla con Radar, el escurridizo cantaor (maneja el arte de desaparecer justo a la hora de las entrevistas pautadas) se ríe mucho. Primero, dice que es “madridista de la primera hora”, pero que aún así se rinde ante Messi (“es un bicharraco, un demonio, un genio. Lástima los colores”). Después deja de reírse y se queja de la crisis europea: “Está bravo. Hay muchos parados, mucha gente sin trabajo y muchos compañeros, grandes músicos, que te dicen Diego, llévame contigo, o cosas así. Porque yo tengo la suerte de que hago giras, de que la cosa funciona. Pero los músicos si no tocan, no hacen dinero. Lo peor de la crisis es que no sabemos cómo ni cuándo terminará. El sector de la cultura lo está sintiendo: hay mucha tensión en el ambiente”.

Cuenta que cada vez que hace un disco que no es de flamenco, siente una gran necesidad de volver a hacer algo más puro. “Me gusta experimentar, pero el próximo álbum va a ser de flamenco-flamenco, con un homenaje a Federico García Lorca y su Romancero gitano. Es un repertorio muy bonito, con la guitarra de Tomate.” Y que encuentra algunas coincidencias entre el género andaluz y el tango: “Son músicas canallas, pendencieras, de verdad. Saben contar la angustia. Si te vas a un boliche de tango y te tomas una copita y te pones a escuchar... Bueno, una vez fui a uno que se llama Gardelito. Me encontré con Joaquín Sabina, y qué va. Salimos y ya había amanecido”.

Para encarar este proyecto durante meses se revolcó en el tango. “Casi una sobredosis. Noches enteras escuchando. Me levantaba por las mañanas y vuelta a escuchar. Esos disquillos del Polaco Goyeneche, Gardel, Julio Sosa, versiones de Mercedes Sosa también, y hasta de Chavela Vargas. Del repertorio de Chavela escogí el tema ‘Soledad’, y de Atahualpa Yupanqui ese tema tan hermoso, ‘Los hermanos’, que hicimos con Calamaro.”

Pese a las escuchas, conservás tu identidad interpretativa...

–Es que traté de llevar el tango un poco a mi terreno. Pero no tanto, porque si no no hubiera cuajado... El tango es uno de esos géneros que no se dejan arrastrar a cualquier lugar. Intenté estar a la altura del compromiso, dejar expresado mi respeto por el género y conservar su musicalidad. Pero sí, es cierto que le di mi propia interpretación. Me lo he tomado seriamente.

Sobrino del cantante de copla Rafael Farina, El Cigala comenzó a actuar por monedas en los bares y en las calles del Rastro. A los 12 años ganó un concurso de Flamenco Joven en Getafe y no paró. En su casa se armaban farras intensas en las que iban Paco de Lucía y Camarón de la Isla. “Fue una infancia muy plena. Esas reuniones eran para mí como la gloria bendita. Me gustaba mucho escucharlo a Paco y luego lanzarme a cantar. Era muy pequeño, pero ya sentía de qué se trataba el flamenco. También tengo el recuerdo de Camarón. Nosotros humildemente hemos tratado de seguir la huella que ha dejado. Hay un antes y un después de la música de Camarón. Nunca podrá ser igualado.” Y vuelve al Río de la Plata: “Mi tío giraba con Concha Piquer por América latina, y siempre que volvía nos cantaba algún tango”.

Hablaste antes de Gardel, de Goyeneche y de Julio Sosa: ¿qué pensás de cada uno de ellos?

–De Goyeneche me asombró siempre la personalidad y su manejo de la métrica y la acentuación de las palabras. Para mí es el cantor de tango más original. Gardel era más campechano y más perfecto. Los dos fueron monstruos de la re hostia. De Julio Sosa me gustan algunas versiones, como la de “En esta tarde gris”, por ejemplo. Pero el que me mata es el Polaco: vi esa película de Solanas que está con Néstor Marconi y me emociona. Cuando fui por primera vez a la Argentina a presentar Lágrimas negras al Luna Park me regalaron su discografía completa. Ahí comencé a escucharlo detenidamente. Se me abrió un universo. No podía pensar en un tango o dos, la cosa iba en serio. Pero tenía miedo de la reacción de la gente.

¿Por qué?

–Era Buenos Aires, ante un público que entiende... Hice “Garganta con arena” y la gente la ovacionó. Fue maravilloso: sentí el permiso. Esa noche empezó a hacerse Cigala&Tango. Era la gloria o el fracaso. Me avisaron de que los porteños eran así: o entrás por el aro o te abuchean. Y aquí estamos.

Diego El Cigala presenta Cigala&Tango el miércoles 6 de abril en Córdoba, el jueves 7 en Rosario y el viernes 8 en Buenos Aires, en el Teatro Gran Rex.

Por Mariano del Mazo

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Fuente: Página 12. Radar (Suplemento)

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