Novedades | 03 de julio de 2017

El primer recuerdo

El primer recuerdo

"Camarón y yo fuimos algunos de esos niños libres del verano cañaílla" Enrique Montiel

Lo he contado pero no recuerdo haberlo escrito hasta ahora. Lo hago para Antonio Atienza y los lectores de San Fernando Información. Por primera vez. Sé que será un texto para nosotros, para los isleños, que hablará de recuerdos de una Isla ya pretérita pero viva en la memoria de muchos. Se trata de la primera vez que vi y escuché a Camarón. He pensado tantas veces en esta primera imagen de José Monje Cruz que ya no sé si la he vivido realmente. Algo así contó Patricia Cavada el pasado martes en una mesa de Canal Sur Radio a la que también asistí. Le habían dado tantas versiones de algunos retazos vitales de Camarón que ya dudaba de haberlos vivido ella misma. Pero no, éste lo viví yo, de eso estoy seguro. ¿Cuándo? Entre mis siete y mis diez años. Que son los años que Camarón tenía entonces, porque Camarón era cinco meses mayor que yo.

Los niños de la Isla de los 50 gozamos de un espacio privilegiado de libertad. La ciudad empezaba en la Cruz Roja y terminaba en Borrego. Detrás del ayuntamiento, casi enseguida, había un conjunto de huertas y manchones en dirección norte y sur. Y luego el mismo espacio de esteros y salinas que al bajar las calles perpendiculares, que conducían al caño de Santi Petri, el que pasaba bajo los ojos del puente de Suazo e iba hasta la Carraca. Todo lo que hoy hay detrás del colegio del Liceo, de la Compañía de María, de la antigua Academia de O’Dogherty eran huertas. La de Melchor, la de las monjas, la de los vecinos de ese tramo que arrancaba casi en la iglesia de San Francisco. Hoy sabemos lo que hay. Barriadas de pisos y Bahía Sur. Más el espacio aún virgen que llega hasta la “Mojosa” por Pery Junquera. El caso de la otra pendiente, tan suave, es diferente pero muy parecido. Porque era ese derrame de la ciudad hasta la playa de Camposoto, que fue un espacio de huertas y más huertas, más el cerro en donde se erigió la ermita de los mártires San Servando y San Germán e inmediatamente, por ese camino, hasta el CIR, los acuartelamientos del Ejército de Tierra de la Isla.

Junto a las huertas y manchones plantaron por aquel entonces lo que todos los isleños añoramos al recordar: los cines de verano. Por la estación, por Madariaga, por los predios de las callejuelas. Pero bueno, esto de los cines de verano fue la felicidad de las noches de verano, programa doble dos reales. Las mañanas del verano tenían otros atractivos para los niños que fuimos Camarón y yo. Porque cogíamos el camino de la venta de Vargas que llevaba al puente de Zuazo, donde nos esperaba la aventura y el frescor del agua. Íbamos muchos, muchos. Y nuestra diversión consistía en bajar “la escalerilla” y tirarnos al agua, nadar un poco (los más valientes y más fuertes y más expertos nadaban más, se alejaban más de la escalerilla) y volver a repetir la operación una, diez, veinte veces más.  No había vigilante salvador allí, sólo muchos ángeles de la guarda. Sobre todo para los que se tiraban al agua desde arriba, cinco, siete metros, más, no sé calcularlo ahora, de pie, de cabeza, y nadar hasta la escalerilla obligatoria. Por Enrique Montiel, biógrafo de Camarón

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